Niños y niñas “son como esponjas” y cuando decimos esto habitualmente nos referimos a los conocimientos que adquieren. En pocos años y con una rapidez asombrosa desarrollan grandes destrezas físicas, caminar, saltar, mantener el equilibrio, hablar, escribir, hacer cálculos matemáticos, etc.
Sin embargo no es lo único que aprenden y que aprehenden y me quiero detener en la influencia del conflicto familiar en la salud del niño.
Siempre que viene un peque a la consulta, explico a la madre (que es en la mayoría de los casos quién le acompaña) que para que el niño esté bien, es imprescindible que ella y el entorno familiar se encuentren bien.
Los pequeños son esponjas también con las emociones y son capaces de percibir cuando una situación no es lo que parece, cuando algo esta mal, cuando mentimos, estamos tristes, cansados o preocupados.
Con esto no quiero decir que los niños necesiten saber la complejidad de las relaciones adultas. Quiero centrar la atención en que los adultos sepamos que los niños sienten, perciben y les afectan esas situaciones que están encubiertas o que pretendemos normalizar, sin darles la posibilidad de preguntar y hablar sobre ello. El niño debe saber que hay algo que no esta bien, pero que se esta trabajando por solucionarlo.
Ante una situación conflictiva, los pequeños, que todavía no tienen la madurez para expresar y poner nombre a las situaciones emocionales, expresan su malestar, su temor y su preocupación a través de la enfermedad. Los cambios de comportamiento, el aumento de la rebeldía o que se exacerben sus rasgos mas explosivos o de timidez. En otros casos son los síntomas físicos los que más llaman la atención, con aumento en la frecuencia de las crisis de asma, aparición de una tos que no mejora, dermatitis que se acentua, o se vuelven más vulnerables a los catarros o las infecciones. Podría decir que el pequeño se vuelve el altavoz de una situación conflictiva no resuelta.
Subestimamos por falta de costumbre o de observación, que una situación emocional o conflictiva afecta la salud, ya no solo del niño o niña, sino de todos los miembros de la familia. Y en la mayoría de los casos no es hasta pasadas varias sesiones de trabajo que somos capaces de comprender y aceptar que ese conflicto nos esta afectando y esta afectando la salud de nuestro hijo o hija.
¿qué podemos hacer ante esto? además de la situación que estoy pasando, estoy influyendo en la salud de mi hijo.
Pues bien, reconocer la situación ya es un gran paso, me acepto vulnerable, reconozco que este conflicto esta y que me influye y desde ahí pido ayuda, hablo, busco la solución y me dejo ayudar. Y recalco esto de “me dejo ayudar” por que me encuentro en muchas ocasiones con la dificultad de que los padres acepten que el conflicto afecta a su pequeño y que debemos trabajar en grupo para que todos sus miembros se encuentren mejor, para tomar las decisiones y resolver lo que se deba resolver.
Los tiempos de crisis hacen que pequeñas diferencias se hagan enormes, pero también aparecen grandes oportunidades de cambio. Y todos debemos tratar de adaptarnos a las nuevas circunstancias.
Nuestras angustias y temores, nuestras rabias contenidas, una pena no resuelta, un conflicto que se mantiene en el tiempo, nos genera el desequilibrio de nuestra fuerza curativa, nuestra vix medicatrix y como adultos enfermamos, pero como padres también sin querer, influimos en la salud de nuestros hijos.
Si mi ser se encuentra en equilibrio, el síntoma desaparece o por lo menos pierde protagonismo. Si mi entorno está enfermo, terminaré enfermando, salvo que me encuentre muy fuerte conmigo mismo. Sí los padres (o abuelos, tios, etc) se encuentran en desequilibrio, esto afecta directamente al niño. Si tratamos el síntoma físico, pero el origen está ligado a lo emocional, el tratamiento siempre será parcial. Si encuentro el origen del problema, la solución está a la vuelta de la esquina.
Todo el texto lo he escrito hablando de niños, pero hago referencia a niños y niñas. Hablo de padres cuando se debe entender que incluyo también a los tutores o sus cuidadores directos.